En el último artículo hablé sobre cómo nos puede acomplejar nuestro aspecto físico, un problema que es difícil de superar y que sufre cada vez más gente… ¿Pero qué pasa cuando hacemos eso mismo con otras personas? Juzgar a alguien por su apariencia o reírnos de los demás es tan grave como no aceptarnos a nosotros mismos.
¿Cómo podemos llegar a ser tan superficiales? ¡Incluso hay quién no se fía de una inocente niña debido a su aspecto! Es lo que ocurre en este vídeo:
Me da mucha pena ver situaciones así, sobretodo si son niños, aunque es algo que ocurre a cualquier edad.
Si no queremos que nos traten peor por nuestra apariencia nosotros tampoco podemos hacérselo al resto. La vida sería mucho más fácil si nos ayudáramos entre todos o, por lo menos, si no tratásemos tan mal a los demás, aunque no nos guste cómo vistan o hablen, ¡eso no es importante!
Hay que confiar siempre en el interior de las personas, nunca en el exterior. Alguien demuestra más por sus acciones o forma de ser que por lo que aparenta. ¿O acaso no hay gente con muy buena pinta que después es todo lo contrario a lo que parece? Pues al revés pasa igual, y más veces de lo que creemos.
Imagínate que te sientes muy mal con tu apariencia y encima viene alguien y se ríe de ti, o te trata con mucho desprecio porque no cree que seas de fiar. Seguramente te pondrías peor y estarías aún más triste y a disgusto contigo mismo. ¿Entonces qué ganamos haciéndoselo a otros? Nada, en realidad perdemos bastante.
Puedes conocer a personas magníficas si vas más allá de lo que ven tus ojos, y para eso tienes que abandonar todos tus prejuicios. Recuerda:
Nunca hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti.
David Trivín